FRAGMENTOS DE ETNOGRAFIA VII

Lo que se siente sentada en una moto detrás de un conductor de mototaxis no eran sino mis propias manos agarrando la espalda de un desconocido, la osadía de su cuerpo y sus músculos en tensión. Esos dos cuerpos, tozudamente obligados a rozarse encima de una máquina en movimiento, pasaban de ser el del motorista y su pasajera a entremezclarse en un alud de atracciones atolondradas e inoportunas, súbitas y bruscas, como los que provocaban los baches que desplazaban mi cuerpo unos milímetros hacía atrás y los frenazos que me exigían volver a unirme en una intimidad inevitable. Una pelea entre cuerpos, deseo, libertad y la paradoja del riesgo físico compartido. En ese momento, mientras el aire golpeaba mi cabello suelto sin casco y mis ojos se cerraban por el polvo levantado, sólo podía agachar la cabeza hacía los hombros del motorista y sentir su olor y su juventud, que se sentía irresponsable, irreflexiva, firme y valiente.