Diario Rider I

A principios del año 2020 tenía planes ir a Chile, a realizar mi proyecto postdoctoral relacionado con la accesibilidad sénior o la accesibilidad para personas mayores, desde hace años que me he estado dedicando a estudiar los problemas que experimentan los peatones ciegos para cruzar las calles de Barcelona, un esfuerzo que se tradujo en la asignación de una beca para seguir con mis indagaciones en torno a este tema.

Sin embargo, necesitaba ingresos mínimos para sobrevivir hasta que se activaran el dinero de la beca (en el mes de abril 2020), y habida cuenta de la escases de oportunidades laborales en el mundo de la academia y que mi estilo de vida okupa me daba ciertos grados de libertad (trabajar poco, no pagar facturas), tome la decisión de dedicarme trabajar como repartidor o rider por unos meses hasta poder marchar a Chile en el mes de marzo, un trabajo hasta entonces desconocido para mí, pero que mis compañeros de casa realizaban desde hace un tiempo para obtener unos ingresos bajos pero suficientes para “ir haciendo”, ellos me explicaron más o menos cómo funciona este trabajo (si se le puede categorizar así), el hecho que yo me sumara a esta actividad términos por convertir nuestra okupa (llamada “espacio del inmigrante – can cara” ubicada en el centro del Raval) en cierto tipo improvisado de “estación rider”, nos hicimos de bicicletas, repuestos, herramientas, si había algo muy complicado de arreglar nos íbamos al taller de bicicletas “ajo bike” de unos amigos búlgaros,  que siempre nos han hecho un buen precio por las reparaciones,, nuestros amigos rider pasaban por casa a saludar, a buscar algún tipo de herramienta, a descansar, hablar, etc.

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Imagen 1. Interior de la casa Okupa convertida – de facto- una estación rider, Jorge -compañero de casa y oficio – posa para la foto sujetando su bicicleta. Fuente: Elaboración propia.

Fue así como comencé a ser repartidor de Glovo. Todo iba bien, el trabajo de rider me situaba en una situación bastante especial, en principio tenía muy pocas horas asignadas, es decir, Glovo me daba unas tres horas de colaboración, suficiente para tener un mínimo de ingresos de manera flexible, no era una actividad central en mi vida ni tampoco ocupaba un lugar en mi programa de actividades como etnógrafo. 

Pero todo cambio, a medida que febrero de 2020 avanzaba, la COVID-19 poco a poco se acercaba a Barcelona, el virus ya hacia estragos en Wu-han y en Bérgamo y poco a poco comenzaba a entrar en la Península, hasta que en marzo el virus se presentó en Barcelona. Y todos mis planes saltaron por los aires.

Comenzó así lo que para efectos de este ensayo llamo por etnografía rider (a falta de un nombre mejor que decidan los jefes del proyecto), que es un giro en mi mirada, mi experiencia y percepción de la ciudad. Podría decir, que a pesar de la desgracia que ha supuesto el virus, una pandemia y los desastres socioeconómicos que puede producir, considero que para un científico social es quizá el equivalente de lo que para un astrónomo podría ser una supernova o gran evento cósmico, tener la oportunidad extraordinaria – de ser un rider- en situación histórica que vale la pena describirla.