Un día, ya en 2017, que hacía un calor asfixiante y el polvo que sacudían las ruedas de los vehículos al pasar se convertía en una densa neblina que me dificultaba la visión, andaba yo distraída con mis pensamientos por la estación mientras me dirigía al tableau de Cap Skirring cuando vi a lo lejos alguien que gritando mi nombre levantaba la mano. Con un paso ágil y decidido le Général Keta vino hacía mi para preguntarme si todo iba bien. Le expliqué que me iba unos días a Oussouye – destino intermedio entre Ziguinchor y Cap Skirring– y, tan pronto le contesté, me cogió de la mano y me obligó a sentarme en un banco a la sombra. Le intenté decir que gracias a sus explicaciones sobre los tableaux podía gestionar yo el viaje, pero él ya no me escuchaba, ya estaba hablando con todos los del tableau: el que vende los billetes, el chofer, el portador de maletas…, todo mientras revisaba el vehículo donde iba a subir, las ruedas, el motor…. Yo me lo miraba entre atónita y divertida, mientras se iban sumando mujeres de la venta ambulante a ver la escena conmigo y comentar las exigencias del Général Keta. Entonces se me acercó sonriente y me dijo: “Que los pasajeros lleguen bien a su destino solo depende de tres cosas: el vehículo, el chofer y la carretera. La carretera es lo único que no puedo controlar” y me invitó a sentarme en mi sitio del coche satisfecho con su comprobación. Le di 500 CFAs, creo que más que por la ayuda por lo divertido de la escena, los cogió y se fue corriendo mientras yo subía al vehículo, a los pocos segundos volvió con un café y unos chicles que me ofreció a través de la ventana, mientras me decía “para el viaje”. Así era le Général Keta.
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El bar Erobon se encuentra al lado del Mercado de pescado de Boudoudy, en el extremo noroeste de la ciudad, en la orilla del rio Casamance. De hecho, cuando vas de día ves que ponen las sillas literalmente en la orilla. A esa hora, como no tienen luz exterior, siempre nos sentábamos dentro, aunque “dentro” aquí es más bien una forma de definir la separación entre dos espacios que el lugar en sí ya que no tiene paredes, solo techo y columnas. Cuando llegamos aún no estaba, así que nos pedimos dos Flags y nos sentamos en una esquina para huir del sonido de la televisión que retransmitía fútbol a todas horas. Eran sobre las 19.30h cuando apareció Madien. Era un hombre de unos 40 años bajito y delgado. Con semblante tímido se acercó a Souley, quien nos presentó. Después de los primeros saludos y de que le sirviesen algo de beber, estuvimos hablando aproximadamente una hora. Fue una conversación distendida, pero en momentos parecía que le estuviésemos arrancando las palabras. Me dijo que no hablaba muy bien francés y aunque se defendía más de lo que advirtió, puede que ese fuese el motivo de un tono de voz sigiloso que casi te obligaba a adivinar sus escuetas respuestas. En varias ocasiones tuve que frenar a Souley para que no se adelantara a su discurso, siempre más lento, reflexivo y reposado. Madien Tamba empezó a ser conductor de mototaxi en el 2012, siendo uno de los primeros jakartamans de Ziguinchor, aunque en ese momento no se definía como tal. Era simplemente un transportista que usaba la moto para repartir paquetes. En un principio no realizaba ni siquiera actividades como taxista; de hecho, nadie se imaginaba -ni el propio Madien- que estaba sembrando el embrión del oficio de jakartaman en Ziguinchor. “Éramos solo tres chicos con motos privadas que transportábamos cosas, casi de manera clandestina. Nadie sabía lo que hacíamos, ni los taxistas”. Nos explicó que anteriormente él ya se dedicaba al reparto a pie o en carretilla. “Llevaba cosas de arriba abajo por Ziguinchor”. Sonrió mientras nos contaba que ahora parecía que no existía la comercialización o el intercambio antes de la llegada de las mototaxis. “Los puertos y los mercados funcionaban igual, lo único que ha cambiado ahora es el tiempo, va más rápido”.