Lo primero que sorprende al pasear por las calles de Ziguinchor es la gran cantidad de mototaxis que circulan atajando rápida y tenazmente entre coches y autobuses. Se desenvuelven en la ciudad como si fuesen sus dueñas. A pesar de su corta edad, da la sensación de que están allí desde antes de la construcción de la misma. Como si fuesen conocedoras de cada recóndito rincón. Parece que este medio de transporte nació para vivir en público, mostrando ostentosamente el dinamismo de su juventud, moviéndose entre los vehículos -tan pesados en comparación- sin ningún tipo de permiso. De esta manera, las mototaxis han revolucionado la movilidad y las políticas de movilidad, creando defensores y detractores a su paso entre los usuarios, competidores del transporte público y las autoridades. Es precisamente esta exhibición de sus atributos la que las hacen atractivas también a las críticas, en particular a todas las relacionadas con los accidentes de tráfico. Desde mi llegada a Ziguinchor, incluso sin preguntar sobre este medio de transporte en concreto, se acumulaban en las conversaciones los reproches por ser las causantes de los accidentes de tráfico en Senegal. Varias veces a lo largo de mi etnografía se me había transmitido esta percepción. Frases como “Son máquinas de matar” o “Las motos cuando se las dan a los niños son peor que armas” o, incluso, “Ya puedes darte prisa en hablar con los jakartamans porque pronto estarán todos muertos”, estaban anotadas en mi diario de campo, ejemplificando el mayor estigma sobre los jakartamans como responsables de accidentes. Todo el mundo parecía querer expresarme su preocupación por este tema y, la asociación de jakartamans, no era la excepción.